El 10 de diciembre de 2023, cuando el gobierno de Alberto Fernández finalice este mandato, se habrán cumplido 40 años ininterrumpidos de democracia en la Argentina. Es un tiempo más que suficiente para obtener una madurez política tal que cure definitivamente cualquier síntoma golpista hacia nuestra república, luego de haber sufrido varios gobiernos de facto que contaron con la anuencia de militares y civiles, en particular la última dictadura que nos dejó 30 mil asesinados por el terrorismo de Estado.
Si bien se suele tipificar como año político al que alberga elecciones presidenciales o legislativas, este 2020 no es menos que aquellos. Por una parte, porque el gobierno tiene en sus manos la responsabilidad insoslayable de enfrentar la pandemia, lo que amerita definiciones permanentes para el cuidado de la vida, el sostenimiento económico de la sociedad y el futuro productivo del país, tres aspectos complejos de encarar ante las consecuencias que vive el mundo globalizado por el COVID-19, vinculadas con la salud, la inactividad y la caída económica. Por otra parte, el hecho inocultable de que un sector de la oposición viene subiendo el tono de la discusión y profundizado la pelea partidaria lo hace mucho más político. Esto se viene observando en el marco legislativo, por ejemplo, con el tratamiento del proyecto del impuesto eventual a las grandes fortunas que toca a un puñado de mutimillonarios, la reforma judicial que dinamiza juicios y transparenta los sorteos de juzgados, y medidas como las restricciones para el ahorro en dólares para cuidar las Reservas y tratar de evitar la fuga de capitales, indispensables para poder salir a flote luego de siete meses de pandemia y cuatro años de indolencia política.
La pulseada partidaria ha salido a la luz pública, y se hace tangible en algunos medios de comunicación que son un jugador más en esta puja, seguramente atizada por otras cuestiones de fondo, como los intereses de los grandes grupos económicos multinacionales y sus socios locales que quieren seguir ganando igual o más que siempre, oprimiendo al eslabón más débil de la sociedad, el del pueblo trabajador y los sectores sociales más frágiles.
Sin dudas, la campaña legislativa 2021 ya se está dirimiendo en la escena pública: en los medios y redes sociales, y en la propia calle, con manifestaciones políticas fogoneadas por figuras de la oposición, los trolls y ciertos formadores de opinión, marchas que son de una irresponsabilidad social decepcionante porque contribuyen a la expansión del coronavirus, que se ha diseminado por provincias y ciudades que acusaban ninguno o muy pocos casos hasta hace un mes atrás.
Estamos atravesando una circunstancia muy delicada en una nación que viene tocando fondo de años anteriores, donde acumuló niveles de pobreza históricos, una deuda externa desdeñable, la desaparición de unos 200 mil puestos de trabajo y 20 mil empresas, y que ahora debe lidiar con este virus que se ha cobrado un millón de muertos y enfermado a 35 millones de personas en el mundo, además de provocar el hundimiento de la economía planetaria en la peor recesión existente desde la Segunda Guerra Mundial.
Cuatro décadas no es poco tiempo para haber sostenido la democracia argentina a fuerza de militancia, poder popular y convicción social de vastos sectores de la sociedad. Esto incluso a pesar de las diversas formas en que los vendepatria, cipayos u oligarcas, como los llamó Perón, han insistido en convertirnos en una colonia de múltiples maneras, como con las privatizaciones de los servicios públicos, la extranjerización de las tierras y otros dominios nacionales, y el endeudamiento externo, por mencionar algunos ejemplos.
Es tiempo de ponderar a la política en su razón de ser, una de las formas más altas de servicio a la sociedad, y denostar a aquellos que hacen justamente lo contrario y se sirven de la sociedad. La democracia es el sustento de la buena política, la que ejerce el gobierno del, por y para el pueblo. Pero como ha explicitado el Papa Francisco hace pocos días, democracia, libertad, justicia, han sido manoseadas y usadas para otros fines. La mejor política debe estar puesta al servicio del verdadero bien común.
No nos dejemos abatir por los detentores del marketing político, la prensa adepta y los espejitos de colores de los que vienen a colonizarnos la cabeza para esquilarnos la democracia. Seamos ciudadanos y actores comprometidos con la sociedad, exijamos la responsabilidad de todo el arco político y, en esta circunstancia tan difícil que pasa el país por la pandemia, no permitamos que la mala política nos arrebate el futuro.
Prensa – Federación Argentina de Trabajadores de Farmacia (FATFA)